Bad Day [Elior]

El entrenamiento que me había autoimpuesto para ése día ya casi llegaba a su fin, y no podía esperar para llegar a mi loft y darme una buena ducha. Lo mejor de todo, es que ese día no tenía misiones ni operaciones programadas y podía dedicarme a mí misma. ¿Lo malo? No sabía qué hacer en mi tiempo libre, atrás habían quedado mis momentos de tranquilidad y relax en compañía de un buen café, o una noche en un bar luego de la facultad de medicina. Ahora en cada sombra, en cada esquina, esperaba encontrarme con cualquier ser salido de una pesadilla, o peor, uno salido de las mías. Pero sabía que mi mente lo necesitaba, así que me concentré en terminar mi rutina de Wing-Tsun en las cercanías de la Isla Ángel.
Estiré mis músculos, y comencé a caminar hacia mi auto, que dejé estacionado debajo del alero de una vistosa cabaña. Venía aquí cada vez que podía por lo que sabía que estaba vacía, pero en un excelente estado de conservación. Me ajusté la chaqueta del chándal , color beis que tenía, porque había empezado a soplar una fuerte brisa y me revolvía los cabellos, junto con la piel de gallina que se asomaba en cada centímetro de piel que estaba a la vista. Me subí al auto, ya relajada con la idea de conducir por los próximos treinta minutos. Sobre el asiento del acompañante descansaban dentro de un estuche negro de guitarra mis dos Colts consagradas, mientras que una diminuta hecha a medida por el armero de la Orden estaba permanentemente adosada a mi tobillo izquierdo. Me sentía tranquila en la compañía de mis armas, me sentía segura, y sabía que ningún ser podría atacarme mientras las tuviera.
Suspiré y puse la llave en el contacto, pero el ruido hueco de que no arrancaba llenó el aire. Intenté nuevamente, y apliqué un poco de fuerza sobre la llave, sabiendo que era inútil, pero fue lo que atiné a hacer. Una tercera vez y nada.
Ge-ni-al.
Frustrada, me incliné sobre el volante y apoyé la cabeza sobre él. Millones de maldiciones estaban por salir de mi boca, pero me refrené, y traté calmarme. Si bien estaba a vario kilómetros de mi loft, o de cualquier rastro de civilización para el caso, me resigné a aceptar las cosas como eran. Mi auto no arrancaba, estaba sola, hacía frío, pero alguien ya vendría y me ayudaría, la grúa, algún buen samaritano, o terminaría empujando yo misma el auto hasta el centro. Yo y mi maldito optimismo.
Tomé mi móvil y miré la pantalla táctil.
Excelente. Simplemente, excelente.
"Sólo llamadas de emergencia"
Rogaba no tener que hacer una.

Perdida en mis propios pensamientos y tratando de relajarme, diciendóme a mi misma que todo iba a estar mejor, que si esperaba unos minutos el motor del auto iba a responder, y otras cosas optimistas, el silencio que me rodeaba se estaba volviendo asfixiante, pero no podía poner música. El auto no encendía y no quería gastar batería de mi móvil, en caso de que lo necesitara. Solamente rogaba que los del hospital no me necesitasen y no pudieran localizarme, o los de la Orden, aunque ellos tenían otros... métodos de localización para sus miembros.
Un golpeteo en la ventanilla junto a mi me sacó de mis ensoñaciones. Me sobresalté y palpé automáticamente mi Colt diminuta en mi tobillo antes de pensar cualquier otra cosa, las demás estaban en el asiento del copiloto, pero el tiempo que me llevaría llegar a ella, le daría una ventana de ventaja a quien fuera que estaba fuera mi auto.
Enfoqué mi mirada, y vi a un hombre joven, de aspecto cansado pero luminoso a la vez. No pude ver bien sus ojos, o su rostro, pero algo me dijo que si me quería atacar ya lo habría hecho. Y si hubiera sido un demonio inferior, ya habría incinerado mi auto, ésos no se andaban con sutilezas. Quizá mi buen samaritano había llegado.
Suspiré y me mentalicé que estaba lista para enfrentarme a lo que fuera.
Abrí la puerta, pero no salí del auto, sino que miré directo a los ojos del muchacho. Por un momento me sorprendí, jamás había visto ojos tan azules, parecía que dos trozos de cielo habían quedado prendidos a su rostro.
-Hola-dije sonriendo y acomodando un mechón de mi cabello detrás de mi oreja derecha-Mi auto se averió, o no sé, simplemente no enciende y tiene el depósito lleno-comenté y finalmente salí hacia el exterior.
Me incorporé, segura que estaba a salvo, tanto como si éste hombre era un atacante porque me podría defender, o si era un buen tipo. Esto de matar engendros del mal con rostros del mal, deforma muchas veces tu sentido de la realidad.
-Me llamo Grace y si no es mucha molestia, ¿podría ayudarme? ¿O al menos dejarme hacer una llamada con tu móvil? Así viene el mecánico de mi empresa de seguros-le pedí mirándolo a los ojos, pero teniendo que inclinar mi cabeza hacia atrás un poco, porque era bastante más alto que yo-Te pagaré la llamada, lo prometo-sonreí finalmente.
Esperaba que todo saliera bien y que este extraño no fuera un engendro del Averno. Aunque, mirándolo bien, estaba segura que de algún sitio lo conocía, ¿quizá del hospital? Y nos habíamos cruzado en alguna emergencia, o compartido una guardia, pero seguramente por la adrenalina de ésos momentos no lo podía recordar bien. Si se daba la oportunidad, le preguntaría, ahora tenía cosas más apremiantes que ponerme a charlar sobre la posibilidad de conocernos.

Tomé el móvil de última generación que me ofrecía y me concentré en su sonrisa, parecía que el Cielo se había abierto y de sus puertas escaparon rayos de luz pristina y Querubines gordos bailaban a mi alrededor. Esclarecí mis ideas, y me fijé en la pantalla táctil del móvil. Una raya de señal era mi esperanza.
Marqué el número de la grúa de mi aseguradora y a toda prisa, le dije a la señorita telefonista mi localización, mi número de póliza (que me sabía de memoria afortunadamente) y ella estimó que en al menos una hora estarían allí, que esperara tranquila y tuviese un buen día. Corté y la pantalla se apagó.
Al menos eso me había salido bien.
Alcé mi cabeza y busqué con la mirada al joven, y me sorprendí al verlo con los brazos hundidos hasta los codos dentro del capó de mi auto. ¿Tan ensismismada había estado con la llamada que no me di cuenta de lo que estaba haciendo? Incluso me había alejado unos cuantos pasos, gracias a mi costumbre de caminar mientras hablaba por teléfono.
-Oye, no es necesario que...-comencé sonriendo y me acerqué a él, cuando de pronto todo lo que me rodeaba se volvió surreal.
Un par de alas. Un luminoso y blanquecino par de alas. Brotando de la espalda del joven.
¿Un ángel?
Retrocedí unos pasos, y sentí como los credos de mi Orden se caían a pedazos. Nos habían inculcado que jamás, pero jamás, un ángel mostraría sus alas a menos que él sintiera la necesidad de hacerlo, porque la vida de su protegido estaba en riesgo, o por un motivo mayor.
Durante años, lo único que vi fueron criaturas del Averno, Machinae, Incubi, y demonios inferiores, pero jamás a un Lore o un Mile. Ésos jamás se dejarían ver y menos ante los ojos de un humano. Mostrar las alas o los cuernos, era dejarse estar vulnerable por unos momentos, rastreable para cualquier otro ser sobrenatural en millas a la redonda. ¿Un ángel estaba mostrándome sus alas en pleno territorio humano? Algo malo debía de pasar o estaba por hacerlo.
Me acerqué a él y poniéndome de puntillas, lo tomé por los hombros y lo sacudí.
-¡Guardálas! ¡Pon a salvo tus alas ya!-le exigí mirándolo a los ojos-Son como un faro para los demonios, y creéme, no estoy ni lo suficiente armada ni sé si soy capaz de derrotar a cuanto engendro quiera seguir el rastro de tus plumas-le dije susurrando, pero con determinación en mi mirada-Lee mi aura, mi nombre completo es Grace Germanni, soy humana y Miembro de la Orden del Alba Dorada. Es la verdad. Y sé lo que eres-finalicé y lo solté.
-No deberías haber hecho eso, ahora cualquiera puede saber dónde estamos, y si se acercan, en menos de una hora, la grúa estará aquí y no soy muy buena explicando. Lamento haber reaccionado así antes, pero no entiendo que te llevó a hacerlo-suspiré y me pasé las manos por los cabellos.
Chasqueé mi lengua y lo miré fijamente.
-Lo que menos me importa ahora es mi auto. Espero poder mantenernos a salvo-comenté más para mí que para él.
¡Qué hermosas eran sus alas! Jamás había visto nada parecido. Sonreí mirando al suelo.
-Aunque supongo que debo agradecerte por dejarme verlas, sin embargo no sé porqué lo has hecho, fue lo más perfecto que vi en mi vida-dije sin mirarlo a los ojos, con demasiadas cosas en la cabeza, como para ponerme toda sentimental en ésos momentos.